Nunca pasó por mi mente que
aquella tarde sería una de esas que me marcarían para toda la vida. Como la
mayoría de los adolescentes que se encuentran entre los quince y los dieciséis
años, las hormonas de mi cuerpo andaban de arriba abajo a una velocidad casi
como la de la luz. No era la primera vez que me sucedía algo similar, aquella
sensación que recorría mi cuerpo cada vez que veía a ese chico que me gustaba y
que recién acababa de llegar al lugar donde vivía para hacerme sentir, sin que
él lo supiera, una de las mejores cosas que me pudieron haber ocurrido.
Por coincidencias de la vida, su
familia rápidamente se relacionó con la mía y por consecuencia, tuve la
oportunidad de conocerle. Nathan, como le llamaré en esta historia, era un
chico apuesto, alto, de piel trigueña y con un minúsculo vello que apenas
aparecía por algunas partes de su cuerpo. Su físico era bastante atractivo,
delgado, con piernas bien torneadas, unas manos grandes, los brazos largos y
fuertes sin llegar a ser musculosos, una sonrisa atractiva, unos ojos bien
abiertos protegidos por unas pestañas largas, voluminosas y su peinado de
“mango chupado” que le hacía denotar las facciones de su rostro, un rostro bien
definido por una mandíbula que le daba una perfecta forma oval. En pocas palabras
era un hombre muy guapo que no pasaba desapercibido y era difícil no echarle
una mirada de vez en cuando mientras hacía algunas de sus actividades.
Al principio, cuando lo conocí,
simplemente me pareció un chico bastante agradable, ya saben, de esos que
tienen una personalidad envidiable, risueño y amigable a más no poder, con
confianza y seguridad en sí mismo y con una forma de cautivarte que, aunque no
quisieras, al final lograba convencerte. Así era Nathan. No sabía mucho de él
cuando hablamos por primera vez. Lo único que intuía era que viajaba con su
madre y su hermana desde una ciudad cercana al lugar donde yo vivía. Los
motivos que los habían traído hasta esta parte del continente eran meramente de
carácter laboral.
Nathan tenía la misma edad y
cursaba el mismo grado escolar (auque en otra escuela) que yo, cosa que fue
básica para poder conocernos. En ese tiempo, refugiado en la escuela,
prácticamente no dejaba mucho espacio para divertirme o para salir con amigos
(de los cuales carecía) pero cuando lo conocí, no pude quitarme esa sensación
de querer estar más rato con él o simplemente platicar acerca de lo que fuera
para poder estar algunos minutos con él.
Cuando por fin lográbamos
coincidir en las tardes, el tiempo se me pasaba volando, tal vez porque nunca
había tenido un amigo hombre con el cual relacionarme o quizá porque él me
consideraba algo más que un cerebro que hablaba y caminaba. No sé hasta qué
punto pueda considerar que llegamos a ser buenos amigos o incluso los mejores
amigos. Simplemente no nos iban esas etiquetas. Al menos no me preocupaba por
ocupar alguno de esos puestos, a mi bastaba con estar a su lado.
Una de las mejores cosas que pudo
haber pasado en ese tiempo fue que él se mudó a vivir al mismo sector en el que
yo vivía y para que más les guste, sólo bastaba con cruzar la calle para estar
inmediatamente en su casa. Desde ahí considero que todo comenzó a ser
favorable.
Con el paso del tiempo, empezamos
a ser bastante buenos amigos, él iba a mi casa a pasar el rato y yo también lo
hacía algunos días. Casi siempre coincidíamos cuando sus padres salían de casa
o cuando mi madre se ocupaba en alguno de sus asuntos y dejaba el hogar por
unos momentos. La mayoría de nuestras actividades se centraban en jugar algo de
videojuegos, ver televisión, hacer tareas y platicar de cualquier cosa que
llamara nuestra atención en esos momentos. Algunas veces salíamos con sus
primos cuando venían de visita. Por cierto, también íbamos a la misma iglesia,
por lo que casi siempre era seguro verlo aunque fuera un rato.
No recuerdo muy bien cómo fue la
manera en que empezamos a vernos de diferente manera de la que lo hacen los
amigos. Ese día inició como cualquier otro, cada uno fue a la escuela y al
término de ésta regresamos a nuestras casas. Era un viernes por la tarde cuando
nos pusimos de acuerdo para ir a ver una película a su casa ya que no iban a
estar su madre y su hermana. A mi me tocaba llevar las palomitas y a él escoger
la película. Cuando llegué a su lugar ya estaba todo listo, así que nos pusimos
a disfrutar un rato frente al televisor. La película tenía una que otra escena
erótica (no era pornográfica por si lo estaban pensando) pero cada vez que
aparecía era imposible que nuestras hormonas no empezaran a inquietarse y hacer
que nuestro cuerpo enviará señales a lugares que no eran visitados muy
frecuentemente por la luz del sol.
Nunca nadie había visto esa parte
de mi anatomía al descubierto hasta esa tarde. No recuerdo a ciencia cierta
cómo salió el tema pero de pronto empezamos a platicar si alguno de nosotros se
había masturbado anteriormente o se había tocado pensando en alguien. Era obvio
que a esa edad, aparte de los delirantes pero escasos sueños húmedos, ya
habíamos tenido nuestros primeros acercamientos al auto placer; los suficientes
como para tener experiencia en ese aspecto. Ambos coincidimos en que ya lo
habíamos hecho anteriormente y en repetidas ocasiones (quién no). Luego de
confirmar nuestras prácticas masturbatorias empezamos a preguntarnos las
típicas interrogantes que suelen hacerse durante esa situación: ¿Qué tan grande
la tienes? ¿Ya tienes vellos? ¿Ya te salen? ¿Qué, nos las enseñamos?
Yo creo que antes de llegar a la
última pregunta yo ya me encontraba a tope por lo que no dudé en darle una
respuesta favorable. Ahí estaba yo, en ese momento que había fantaseado tanto,
conociendo esa parte de su cuerpo que en noches anteriores me había permitido soñar
con escenarios enteros de placer que culminaban en una explosión de sensaciones
en esa parte de mi cuerpo que tanto me gustaba tocar.
Primero observé cómo se
desabrochaba sus pantalones de mezclilla y luego cómo su cremallera bajaba
lentamente dejando asomar unos bóxers con diseño a cuadros, de cuyo color no
logro recordar (rojos con verde supongo). Yo hice lo mismo. Él fue el primero
en dejar al descubierto por completo su miembro. Ahí estaba, el pene más grande
que había visto en mi corta vida. La verdad me faltan palabras para
describirlo; a juzgar por el tamaño (y como luego dicen “a ojo de buen cubero”)
mínimo tenía unos diecinueve centímetros de largo y alrededor de unos cinco de
ancho, estaba rodeado por un ligero vello de color negro que dejaba entre ver
dos grandes bultos en la base de éste (sus testículos), no estaba circuncidado
y tenía una cierta pronunciación hacia el lado izquierdo. Ahí estaba, siendo
sujetado con toda la mano mientras yo lo observaba como cual gato mira ansioso
a su madeja de estambre.
Pocas palabras pude decir después
de ver por primera vez un miembro real y a tan corta distancia. Así que, sin
más, le mostré mi pene también, que desde que había empezado todo, estaba como
un envase de refresco de cola con una cartera entera de mentas, a punto de
explotar. Esa fue la masturbada más rápida que tuve, a lo mejor por ser la
primera vez que veía un pene real o quizá porque era de ese chico con el que
había tonteado desde hacía ya rato en sueños. Él también terminó pronto, al
mismo tiempo que dejaba escapar uno que otro gemido de placer mientras llegaba
al clímax del acto. Como era la primera vez que intimábamos hasta ese grado, no
nos tocamos ni acercamos, solamente nos contemplamos el uno al otro, cada quien
desde una orilla de la cama.
A decir verdad no podía creer que
él me hubiera enseñado esa parte tan privada, tan suya. Nunca había pasado por
mi mente que algún día llegaría a darme la mejor paja de mi vida al lado del
chavo que había llegado para despertar en mi toda una serie de sentimientos y
sensaciones que empezaba a descubrir. Vaya paquete que me había tocado, ni
mandado a hacer.
Como parte de nuestras
actividades después del colegio, el masturbarnos juntos casi a diario se volvió
toda una costumbre que practicábamos apenas teníamos la oportunidad de estar
solos. Siempre tratábamos de buscar una nueva forma de hacerlo, ya saben, para
encontrarlo más divertido de lo que ya era, con ropa, sin ropa, en bóxers, con
la mano contraria, al estilo de la película gay “Krampak” (nos sentábamos cada
quien sobre su mano y esperábamos a que se nos adormeciera con el propósito de
sentir que nos tocaba la mano de alguien más), con dos dedos, con las dos manos,
en fin, de tantas maneras que nos hacían explotar de placer una y otra vez.
Después de nuestras maratónicas
sesiones masturbatorias llevamos la experiencia al siguiente nivel. —Oye
y si me la agarras— fueron las palabras que me dejaron frío mientras trataba de
ordenarle a mi cerebro que ejecutara al pie de la letra esa oración imperativa
que desde hacía mucho tiempo venia deseando escuchar. Al principio no supe cómo
reaccionar, me invadieron los nervios, la ansiedad y la sola idea de tocarlo me
hacía pensar que lo que estaba pasando en esa habitación, en esa tarde
lluviosa, en ese momento en el que estábamos recostados en su cama, me
pareciera totalmente irreal.
La primera sensación que tuvo mi
mano al sujetar el pene de Nathan es algo difícil de describir. Una piel suave,
tersa y con una elevada temperatura fue el comienzo de un sinfín de sensaciones
realmente agradables. Firme y dura como un tronco se encontraba sujetada por mi
mano mientras sus menudos vellos se colaban entre mis dedos. La primera
reacción que él tuvo fue de placer al sentir que mi mano se movía hacia abajo y
hacia arriba sin parar. Su cara me hacía sentir increíble, sabía que la forma
en que lo estaba tocando era la que él esperaba, por lo que me aferre más a su
miembro y no lo solté hasta que hubo escapado el último susurro de placer de
los labios de Nathan, mismos susurros que dejé escapar un momento después.
Al final ahí estábamos los dos,
tendidos sobre el edredón de su cama mientras nos mirábamos fijamente tratando
de sopesar lo que acababa de ocurrir y que nos había dejado exhaustos. —A
que te gustó— fue lo primero que escuché después de terminar aquel tremendo
episodio. Creo que mi cara habló en lugar de mi boca y le dio a Nathan la
respuesta que esperaba. Y cuando les digo que mi cara habló es por que en ese
momento comprobé que mi sonrisa no podía ser más grande ni las palabras que le
dije denotaban el mínimo atisbo de contradecir su razonamiento. Sí masturbarnos
juntos, pero cada uno por su cuenta, era rico, esto era mejor, el sentir su
cuerpo retorcerse de placer y su respiración agitada que me encendía cada vez
más y más no tenía en ese momento comparación alguna. Hasta aquí ninguno de los
dos había dicho que fuera gay o bisexual, simplemente éramos dos amigos que
descubrían lo que no nos habían enseñado en clases de educación sexual.
Si antes manteníamos una relación
de amistad buena, esto lo duplicó y pasamos a ser más que amigos. Cada vez
inventábamos más excusas para poder estar solos y poner en práctica eso que
tanto nos molaba. Ir a la biblioteca, tareas en equipo, salir a recolectar
objetos para la clase del día siguiente, ir a jugar videojuegos, acampar los
fines de semana en el patio de nuestras casas, visitar el abandonado cuarto de
cosas viejas, ir a caminar por las mañanas al bosque, escuchar música en el
auto de sus padres, ir a visitar a una amiga, entre muchas otras más, se
convirtieron en las distracciones perfectas para continuar con nuestro pequeño
secreto que a ambos nos resultaba extraordinariamente placentero.
Así como todo en esta vida avanza
en etapas, lo mismo le ocurrió a la relación que manteníamos Nathan y yo. Así
que era tiempo de escalar el próximo peldaño. No fue hasta pasados unos cinco meses
después de estar teniendo estos encuentros cuando los dos nos pusimos frente a
una situación, que de cierta forma, a mi me confirmó lo que venía sintiendo
desde tiempo atrás y a él le revolvió un poco las ideas, que culminaron en un
punto que leerán más delante.
Ese día Nathan y yo acordamos
para pasar la noche del viernes juntos en mi casa con el pretexto de que al día
siguiente tendríamos que hacer una tarea. Todo resultó como lo habíamos
planeado. Ese día me pasé por la casa de él para ayudarle a empacar el pijama y
lo necesario para pasar la noche en mi sitio. Ese día mi madre también estaría
en casa, y por ser viernes llegaría más temprano de lo normal. Con todo listo,
los dos arribamos a la casa y nos instalamos en mi habitación (que estaba enfrente
de la de mi mamá). Como aún era temprano, nos pusimos a terminar las tareas pendientes
de cada uno, jugamos videojuegos y luego tomamos cada quien una ducha para
irnos a dormir.
Después de terminar cada una de
nuestras ocupaciones, nos fuimos a la cama con el pretexto de que nos
tendríamos que levantar temprano por la mañana. Así lo hicimos y pronto los dos
nos encontramos bajo las sábanas. Antes de pasar al tema que realmente nos
interesaba, echamos una breve plática para matar el tiempo y esperar a que no
hubiera “moros en la costa”. Después de un rato, la plática se fue apagando
mientras nuestras miradas se encontraban fijas como tratando de decir que ya
era tiempo de dar el siguiente paso.
Poco a poco mi mano se fue
metiendo debajo de las sábanas como si tratara de encontrar algo perdido.
Primero empecé por tocar su suave pecho, luego su firme abdomen y con la ayuda
de mis minuciosos dedos fui desabrochando el débil cordón que sujetaba su
pijama. Antes de que se la quitara por completo, ya podía observar que algo
estaba inquieto bajo ese pedazo de tela esperando a ser liberado. Y ahí estaba yo
de nuevo, como ya lo había hecho en muchas ocasiones, sujetando su miembro
mientras él poco a poco agitaba su respiración y se ponía a modo para que
pudiera satisfacerlo como él quería.
Él hizo lo mismo conmigo, sólo me
quedé con la camisa del pijama por en caso de que alguien fuera a entrar a la
habitación sin avisar. Con nuestros cuerpos desnudos uno después del otro, la
temperatura se fue elevando y cada roce que teníamos era como si una descarga
eléctrica nos recorriera en todas direcciones. Yo sujetaba su pene y el hacía
lo mismo cuando de pronto sus labios carnosos dejaron escapar otro murmullo,
que como en ocasiones anteriores, me dejó atónito —Tengo ganas de que tu boca
pruebe mi pene—.
Era la primera vez que me
encontraba frente a esa situación, sabía lo que era chupar una paleta o
cualquier otro objeto, pero no sabía qué hacer con un pene. Al principio no
estaba seguro de hacerlo, no por que me diera alguna sensación repulsiva o
miedo, sino que no sabía qué era lo que tenía que hacer, si debía lamerlo o
introducírmelo todo en la boca. Nathan me dijo que no me preocupara, que
estando allí sabría qué hacer. Como aún no estábamos muy seguros de que nadie vendría
a la habitación, me deslicé despacio y en silencio por debajo de las sábanas y
en un santiamén me encontré con su miembro frente a mi cara esperando a ser
devorado.
La primera sensación que experimenté
fue como si tuviera un bombón en mi boca pero que en vez de hacerse blando, se
fue tornando más rígido. Primero empecé por deslizar mi lengua a lo largo de su
pene, recorriendo desde la punta hasta la base de éste. Luego sus testículos se
encontraron con mi boca y poco a poco fui rodeándolos con mi lengua. Podía
sentir cómo todo su cuerpo se estremecía una y otra vez cada que me enfilaba a
recorrer su enorme y delicioso pene. Todavía podía saborear un poco al jabón
que había utilizado para ducharse, por lo que su sabor era realmente agradable.
Una vez que hube recorrido todo su miembro de arriba a abajo, poco a poco fui
introduciéndolo en mi boca como si se tratara de un caramelo. Una vez que lo
tuve dentro, pude sentir como ocupaba por completo mi cavidad bucal mientras mi
lengua en repetidas ocasiones rozaba su glande y jugueteaba con su prepucio.
Para ese momento él ya estaba a
mil y el vaivén de su pelvis penetrando mi boca pasó de ser lento y tranquilo a
ser una oleada masiva de entradas y salidas constantes. Sus grandes manos
sujetaban mi cabeza tratando de que mi boca no se despegara nunca de su cuerpo,
pues el placer que en ese momento sentía no se comparaba con ninguno otro que
hubiera experimentado (así lo hacía parecer). El sentir el pene de Nathan en mi
boca hacía que mi cuerpo temblara de placer una y otra vez. Desesperado de excitación
sus manos empezaban a recorrer todo mi cuerpo mientras en voz baja y
desesperada me decía que no dejara de saborearlo.
Como su pene era demasiado
grande, no podía introducírmelo de tajo así que para que sintiera que podía
abarcar todo su miembro, lo alternaba con una serie de lamidas que le hacían
dejar escapar gemidos de placer. Mi lengua al jugar con sus testículos podía
sentir que éstos se encontraban a punto de explotar y que cada vez que los
rozaba, me sugerían tácitamente que no dejara de hacerlo. Como era de
esperarse, mi boca se encontró con el sabor salado y afrutado de su líquido
seminal que se dejaba sentir en la punta de su glande no circuncidado.
Casi sin pensarlo, ya había
pasado más de quince minutos bajo las sábanas disfrutando de su miembro sin importarme
que mi madre pudiera entrar o escuchar las respiraciones agitadas que
manteníamos. El sólo sentir cómo su cuerpo se apretaba contra el mío para que
no me detuviera, elevaba mi excitación cada vez más y me llevaba a un punto de
placer que en las masturbadas del diario no tenía comparación. Y esto se vino a
comprobar al instante en que mi pene sintió la humedad de su boca y la manera
revoltosa de jugar que tenía su lengua con mi miembro. Esa noche, sin hacer el
mínimo desaire, ambos tuvimos unos de los mayores placeres de nuestras vidas
adolescentes. Sin dudarlo, los dos sabíamos que al momento de llegar a nuestro
clímax sería tan intenso que la idea de cómo sería aquello nos absorbía por
completo. Y así fue, la mayor eyaculación que había tenido desde que descubrí
que mi cuerpo podía hacerlo. Por su parte, la cara de placer de Nathan esa
noche es algo que no podré borrar de mi mente. Nunca le había visto esa manera
de rodearme con sus brazos y de mirarme fijamente como si estuviera ante algo
totalmente desconocido. Si eso era todo lo que habíamos descubierto hasta
entonces, no me imaginaba lo que podríamos encontrar si seguíamos con nuestra
ardua labor de exploración y descubrimiento.
No puedo describirles la
sensación de lo que es tener un pene en tu boca (a menos de que ya lo hayan
tenido, sabrán de lo que les hablo). Lo que si les puedo decir es que el sexo
oral fue algo maravilloso y extremadamente agradable que seguimos repitiendo
con una frecuencia descabellada. Tratábamos de hacerlo cuanto podíamos, sin
importarnos que fuera desde la misma habitación de siempre hasta en algunos
rincones de alguna iglesia que solíamos frecuentar constantemente. La tienda de
campaña que teníamos nunca se usó tanto como en esa época. Esa tienda se
convirtió en el espacio donde podíamos darle rienda suelta a nuestros placeres,
en donde nuestros cuerpos desnudos se fundían en una acalorada sesión de sexo
oral al por mayor. El recorrer su cuerpo con mi boca ha sido una de las
sensaciones que no he podido repetir desde aquel momento.
Nathan pasó de ser aquel chico
que llegó un cierto día a convertirse en el amante perfecto que a esa edad pude
haber tenido por mucho. Su desinhibida forma de ser, su falta de tabúes y su
completo entregue al placer nos dio la pauta para disfrutar una y otra vez y
hasta varias veces en un mismo día de lo que nuestros genitales eran capaces de
resistir. Así pasaron tres años de haber iniciado esa noche debajo de las
sábanas de mi habitación, uno de los pasatiempos favoritos que teníamos.
En esos años, Nathan y yo nunca
nos animamos a dar el siguiente paso (que era la penetración) a lo mejor por
miedo o por no saber si la sensación que fuéramos a tener sería tan
gratificante como la que estábamos acostumbrados a sentir. Ahora que lo pienso
creo que si hubiéramos llevado a cabo esa parte de la relación aún seguiríamos
juntos. Pero no fue así y un cierto día, Nathan se marchó del pueblo por
razones que sólo él tuvo para hacer.
Cuando él se fue, yo ya estaba
totalmente “crusheado”, si me preguntan, totalmente atraído por su cuerpo y enamorado
del alma que lo habitaba. El necesitar de su presencia, de su afecto, de sus
risas, de la mirada que hacía mover todo mi interior, de su única manera de tocarme,
de hacerme sentir hombre, de saber que allí estaba para cualquier cosa que
necesitara, se desvaneció cuando lo vi marcharse lejos, como si nada hubiera
ocurrido entre los dos.
Así pasaron los días y las
esporádicas veces que llegaba a venir al pueblo, donde pasó tan agradables
momentos, no eran suficientes para sentir lo que habíamos vivido y cada vez más
él perdía el interés por dejarse llevar y terminar en una explosión de placer
como en los viejos tiempos. Siempre usaba alguna excusa barata para dejar de
lado el tema. Todo esto llegó a su término cuando nos vimos por última vez.
Para ese entonces yo ya tenía alrededor de dieciocho años y me encontraba a
punto de iniciar mi carrera.
Ese día que él llegó a mi casa no
me lo esperaba así que ya se han de imaginar cómo me temblaron las piernas, me
sudaron las manos y el estómago se me llenó de mariposas. A pesar de estar
lejos, yo aún seguía sintiendo un montón de cosas, le seguía queriendo aunque
él no lo supiera o pretendiera no hacerlo. Nathan siempre fue respetuoso y
nunca hizo algún comentario o realizó una acción con el motivo de hacerme sentir
mal. Siempre se portó como un caballero, incluso en el momento ese que llegó a
mi casa y cuando yo traté de abrazarlo y darle un beso (el primero que intentaba
darle porque a Nathan no le gustaban), me retiró de manera delicada y me dijo
que lo había pensado bien y que por “experiencias” que había tenido en los
lugares en los que había estado, que no le iba más lo del rollo gay, que se
había confundido pero que después de reflexionarlo, las chicas eran lo que
buscaba y con las que quería estar de la manera en que lo había hecho conmigo.
En ese momento, recordé todos los
días en que éramos inseparables, que compartíamos nuestras cosas, que nos escabullíamos
a la menor oportunidad que tuviéramos y que también, nos habíamos conocido de
una manera en la que no todos los amigos se conocen (sino imagínense que caos
sería esto). Así que el escuchar que a él no le iba el rollo gay y que ya
incluso tenía novia fue ahora sí como un balde de agua fría que terminó por
apagar las descargas eléctricas que recorrían mi cuerpo cada vez que lo sentía
cerca de mi.
Aún inmutado de estupor, lo único
que le dije fue que me dolía que ya no tendría la oportunidad de seguir con él,
de que lo que había ocurrido sólo se quedaría como un bonito recuerdo que había
tenido en años pasados y que aunque no lo imaginara, en todos esos días, aparte
de haber aprendido a tener sexo, lo había aprendido a querer y a preocuparme
por las cosas que le ocurrieran. Nunca supe que paso por su mente porque no me
dio respuesta alguna y rápidamente pasó de tema de conversación porque llegaron
otras personas a donde nos encontrábamos los dos. Después de un rato, Nathan se
levantó y de manera amable se retiró. Esa fue la última vez que vi su rostro,
un rostro bien definido por una mandíbula que le daba una perfecta forma oval.
Sé que muy dentro de el aún queda
un rasgo del adolescente que conocí un día como tantos de los que pasan y del
cual me enamoré sin darme cuenta y que conseguí entregarle una parte de mi que
no le he dado a nadie más desde aquel momento. Ojalá y pueda conocer nuevamente
a un Nathan que me sacuda de la manera en que él lo hizo y que aparte de darme
el mejor sexo de mi vida, pueda quererme de la manera en que lo merezco. Así
que solamente queda cuestionarme algo acerca de Nathan: ¿Y, si siguiera aquí?...